Jícaros en la nieve

Nací en aquel calorcito tibio de mis tierras Cholutecanas. Nací de una madre aventurera que se trajo sus cocos costeños por un amor San-Lorenzano. Así nací en aquel nidito que nos formaron esa mezcla poco cotidiana. Me formé en ese abrigo que tejieron mis raíces, hecho para que abrazara mis pieles color caramelo, hecho para calzar mis pies descalzos que se deslizaban aventurándose en este mundo. Se esmeraron enseñando a sus pajaritos a volar soñando, creyendo, leyendo, y amando. Cedieron su mundo para tejerme el mío y el de mis compañeros de nido.

Los árboles de jícaro me vieron crecer en un pueblo que se enredó en mis venas, llevándolo conmigo donde sea que voy. Siempre lo sueño, respiro sus aires, se me antojan sus comidas callejeras, y lo recuerdo tan resplandeciente que ya casi olvido las temperaturas tan altas de las que me quejaba. El antídoto a ese calor abrasante es un pozol hecho por las manos laboriosas de Doña Maura con su receta perfeccionada a través de los años. Recuerdo escaparme con mi madre para tomar capuchinos y granitas de café y para conversar sobre todo y nada al mismo tiempo, dejando las horas pasar en aquel pueblo en el que el tiempo pasa mas lento. En el pueblo donde las 2 en punto en realidad son las 2 y media, y donde llegar tarde es llegar a tiempo. Choluteca, tan sencilla y tan alegre, adornada de colores, pulperías, y catedrales españolas. Portadora de tanta historia. Casas de colonizadores, calles hechas por el sudor de nuestros nativos, y el puente de piedra que nos conecta con el resto de Honduras.

En la oscuridad de la noche cuando la electricidad decidía darse un descanso y Choluteca quedaba sombría, mi madre y yo nos recostábamos afuera para ver la noche estrellada. Me humillaba a la idea de lo pequeña que soy en esta galaxia tan ocupada. Quién diría que con lo ocupada que estaba la galaxia me dejaría coincidir con otro ser que se crecía paralelamente pero en el «primer mundo.» Vino a enamorarse de mis tierras, de mi cultura, y de todo mi equipaje. Él, tan pacífico, vino a calmar la tormenta que se aglomeraba en mi cabeza. En una primavera floreada enlazamos mundos. Esa noche de Mayo, comenzó otra mezcla poco cotidiana. Y yo me traje mis jícaros por un amor norteamericano. Lo que sea que llevó a mi madre a Choluteca, me trajo a mí aquí. Formando otro nidito poco cotidiano, pero lleno de amor. Rodeada de árboles de arce que colorean las calles cada primavera, con un bosque en mi patio en el que la naturaleza en su esplendor me hace sentir en casa.

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7 respuestas a «Jícaros en la nieve»

  1. Bello poema, hermosa princesa llegó tan lejos cumpliendo su sueño y deseo de su corazón,escribiendo hermosos poemas que Dios siga dando sabiduría de lo alto bendiciones!

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